domingo, 30 de agosto de 2009

Joaquin Sabina

Conocí a Sabina de la mano de mi padre. Su voz rasgada resonaba en casa, aquellas somnolientas mañanas de domingo mientras yo, aun pequeño, forcejeaba por no salir de la cama. Recuerdo la sensación extraña que producía en mi oír sus canciones. No comprendía como podía triunfar aquel artista con esos versos arrítmicos, con aquella entonación, más parecida a la de un poeta que recita sus poemas que la de un cantante que entona su canciones.

Yo preguntaba a mi padre el por qué de su predilección por él, no entendía porque me tenía que despertar con aquella música en vez de con los Beatles o Elvis, que desde esa época me han encantado, y le echaba la culpa de mi mal humor cada vez que me levantaba temprano. El siempre respondía con la misma frase : ya crecerás y lo entenderás.

Y no se equivocó. Pasaron los años y con ellos fuí descubriendo que mi mal humor al despertar y la pereza al levantarme, es algo innato y que, por desgracia, conservare el resto de mi vida. En cuanto a Sabina he de decir que empecé a soportarle. Al oírle ya no me chirriaban los oídos. Desarrolle una indiferencia amistosa, como con aquella persona que solo conoces de vista y cada vez que te cruzas con ella te limitas a levantar la cabeza en un conato de saludo.

Pero sin duda el punto de inflexión en nuestra relación fue el concierto que dio en Daimiel junto a Serrat, en aquella maravillosa gira de hace dos años. Recuerdo que llegue al auditorio con expectación. Yo ya tenia 17 con todo lo que ello significa. Con esa edad estas en medio de esa etapa en la que te replanteas tus ideas, donde amplias tu espectro de gustos, en definitiva donde tu paladar empieza a refinarse.

De Serrat conocía media docena de canciones grabadas en mi memoria por la voz de mi madre, por el olor de los manjares que nos preparaba mientras las cantaba.

Pero al que tenías ganas de ver en directo era a Sabina. Mi padre siempre me decía que no podía morirse sin ir a uno de sus conciertos. Y no nos defraudó. Fue en esa calurosa noche de septiembre donde pude saborear por primera vez sus canciones, donde pude deleitarme con sus letras, donde pude apreciar el su talento.

Desde ese momento Sabina para mi ha sido un bálsamo donde poder refugiarme. Recuerdo las primeras tardes en Sevilla, tumbado en la cama, sintiéndome un poco fracasado por no entrar en medicina, cabreado con el mundo que había sido injusto conmigo. Fue él con su áspera voz, la misma que había detestado durante mi infancia, el que me rescató, el que aplaco mi furia. Canciones como Contigo, Princesa o Por el boulevard de los sueños rotos cambiaron mi estado emocional, me dieron energías para afrontar nuevos retos, para enfrentarme a lo extraño, para luchar contra los avatares del destino. Me ayudaron a aprender a sacar lo positivo de las cosas. El resultado fue que ese año de paso, que pintaba tan mal, se convirtió en uno de los mejores años de mi vida.






























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